domingo, 27 de octubre de 2019

Más de cuatro años

Han pasado más de cuatro años y, de repente, me encuentro escribiéndote de nuevo desde la misma cama dónde dormimos juntos por primera vez, hasta que sonó tu fatídica alarma a las 05:37h. Me desperté sobresaltada pero era la primera vez en toda mi vida que te veía tumbado a mi lado, dormido, y fue tan grande lo que sentí por dentro que no quise que fuera otra hora distinta nunca más. Y es que todavía se me quiebra la voz cuando hablo de ti. Hoy mi madre me ha dicho que se sigue acordando mucho de ti, y cómo no iba a hacerlo. No creo que nadie que te conociera haya dejado de acordarse de ti.
Ha pasado muchísimo tiempo y han cambiado muchísimas cosas. Y al final los años no hacen que olvides, hacen que te acostumbres. Pero todavía no ha pasado uno sólo en el que no piense en esa mirada que tenías, en la sonrisa que ponías, en lo orgulloso que estarías.
Han pasado más de cuatro años y tengo que seguir dándote las gracias por lo que me has enseñado, por las personas que me has dejado y que he conocido gracias a ti, que hoy son las que me arropan y me acompañan por ti, en esta carrera de fondo que es la vida.
No te voy a engañar, no he podido superar que no vas a volver, y, a veces, sigo lloriqueando como un niño de dos años que no puede parar de patalear. Y me sigue doliendo el corazón de no verte, de no sentirte respirar. Que sigo deseando con todas mis fuerzas que te puedas acurrucar de vez en cuando en un ladito de mi cama como aquella noche, hace ya más de cuatro años. Que hasta te rezo para que aparezcas en mis sueños, que se me parte el alma cuando siento que he olvidado los rasgos de tu cara, que mi cerebro se ha esforzado por borrar lo que sentía mi cuerpo cuando te tocaba, para dejar de sentir que me ardía el alma.  Me has dejado tan vacía aquí que no creo que nadie pueda salvarme nunca de esta caída. Pero supongo que así es la vida, y así es la muerte.
Y hoy sólo quería volver a escribirte, porque necesitaba decirte que, te sigo queriendo. Que Te Azuleo hasta Neptuno quince millones de veces, que sigo contando los besos que me debes, y que aunque me parece que haya sido mentira, me siento feliz por haber vivido contigo cada segundo que me regalaste. Y menos mal que exististe. Y sólo quiero pedirte que aunque hayan pasado más de cuatro años, no me abandones. Por favor, no me abandones. No dejes que me acabe convenciendo a mí misma de que en realidad nunca exististe, de que no fuiste real y de que nunca nos conocimos. Que no te imaginé y que de verdad estuviste conmigo. Aunque haga más de cuatro años que no te siento.
Te quiero.
Alioli mi vida, AZULES noches y AZULES más de cuatro años sin ti.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Pompas de jabón

Mira todos los meses y meses que han pasado y sigo acordándome inevitablemente de ti cada vez que me subo a un autobús. Da igual a dónde vaya, sigo esperando siempre encontrarte en el destino. Me acuerdo de la sensación de mis nervios devorándome cada vez que llegaba a esa estación en la que estabas tú esperándome desde hacía horas, las mariposas aleteaban tan fuerte que se me salían por la boca y me temblaban hasta las manos. Y entonces me bajaba y se me atragantaban las palabras hasta que me abrazabas y ya nada importaba, todos los problemas del universo se desvanecían en milésimas de segundo. Y es que así eras tú, con esa capacidad mágica de crearme amnesia fuera de todo lo que no eramos tú y yo y toda la vida que teníamos delante. Para comérnosla, para bebernos hasta la última gota del miedo. Y lo transformabas todo en felicidad sumergiéndome al instante en esa burbuja en la que creía poder flotar. Esa burbuja que creía irrompible. Hasta que se rompió. Y que puta mierda es vivir fuera de ella y sin ti. Sin esa maldita y maravillosa sensación.
Joder, cómo te echo de menos...


miércoles, 18 de octubre de 2017

Octubre maldito

Dicen que cuando te mueres ves pasar ante tus ojos una especie de película con todos los momentos que has vivido. No se si será verdad, quizás lo dicen porque cuando alguien se muere, en tu mente se reproducen todos los instantes que has compartido con esa persona, incluso los que no.
En mi corta vida he sentido que se me rompía el alma dos veces, la primera vez fue hace dos años y la segunda esta misma tarde mientras sacábamos a tu madre de aquel tanatorio. Reconozco que esta última no me ha dolido tanto, quizá porque lo que se me ha roto hoy eran los pedazos que ya estaban partidos, y que lo que está roto no se puede volver a romper, sólo se puede destrozar aún más. Me parece increíble que te esté escribiendo esto tumbada en esta cama, en la que dormimos la primera vez que vine aquí. En esta casa dónde te velamos hace casi 24 meses.
Anoche me daba miedo volverme y encontrarme con la certeza de que esta vez no ibas a estar ahí tumbado. Y aun así, pase la mano temblorosa por tu lado del colchón deseando chocarme contra tu cuerpo. Pero sólo había frío.
Sigo sin poder comprender cómo la vida puede ser tan sumamente hija de puta, cómo la gente puede rezarle a un Dios que permite que pasen este tipo de cosas. Y, aunque me duela, una parte de mí desea con fuerza que no puedas vernos, que no sufras lo que aquí estamos sufriendo. Y que sea verdad eso que dicen, que en alguna parte las almas se encuentran y que estés con ella, por fin, que te esté abrazando fuerte y ya nunca se separe de ti. Que no se haya convertido sólo en polvos de estrellas... ni tú tampoco.
No te imaginas lo duro que es revivir otra vez todo el kaos, esa sensación horrible que no me puedo arrancar del pecho... otra vez las horas muertas (y nunca mejor dicho), la cara hinchada y amarilla, otra despedida triste y sobretodo eterna... y encima en un día como hoy.
Hace dos años a estas horas estaba volviéndome loca por llegar al hospital y resucitarte con un beso, já. Qué ingenua. Y desde entonces duermo sola, mirando de reojo de vez en cuando el otro lado de la cama. Por si volvieras. Ojalá pudiera escucharte de nuevo, sentir tu cuerpo contra mi cuerpo, tu boca en mi boca y tu risa en mi voz. No sabes cómo te echamos de menos.

Y luego está la parte egoísta que vive en mí, que, por cierto, a veces crece más de lo que me gustaría, y que necesita que sigas aquí con nosotros, conmigo. Que tu también me mires de reojillo, con esa cara de gilipollas enamorado con la que nos mirábamos, que me sigas acariciando la espalda por las noches y que te hayas reído a carcajadas disfrutando de los ataques de risa que nos dan a tu abuela y a mí jugando a las cartas.

No sé qué coño me diste, qué coño me hiciste para que después de todo y de tanto, te siga queriendo como el primer día. Te azuleo bichito azul, estés donde estés. No sabes cómo lo siento por todo lo que ha pasado, ojalá pudiera hacer algo más. Descansad. Ahora sí, al menos ella estará descansando. Y te tiene a ti.
Te amo, Lila.
Alioli

jueves, 21 de septiembre de 2017

Casi dos años imposibles

Pasaron casi dos años y siguió soñando con parar el tiempo, con revovinar la vida. Preguntándose qué coño le habría dado para que se siguiera muriendo por verle. Para que siguiera deseando soñarle. Pasaron casi dos años largos, dos años cortos. Sin verse, sin oírse. Pero le seguía pensando, le seguía llorando a veces, y extrañándole a menudo. Se maldecía a sí misma a ratos, por no superarlo, maldecía al mundo por habérselo quitado.
Pasaron casi dos años y millones de cosas. Todo cambió tanto... que daba miedo. Pero no por los cambios, si no por tener que enfrentarse a ellos sin él a su lado.
No todos los cambios fueron malos, pero le trituraba el alma pensar que no podrían compartirlos.
Seguía hablándole en bajito a veces, por si acaso le seguía escuchando. Aunque ella ya no le escuchara desde hacía tantos meses. Pensaba en lo bonito que era cada instante de su historia y no sabía si lloraba de pena o de alegría. De tristeza. Esa que nunca le abandona ya.
Pasaron casi dos años pero sólo son los primeros de una larga vida que sólo algunos pueden vivir. ¿Será cuestión de suerte?. Al menos existió, al menos dejó aquí parte del amor que rebosaba. De la felicidad que enseñaba y la alegría que contagiaba con solo verle sonreír. Y esa parte de él siempre seguirá aquí, muerta en vida o viva en muerte. Aunque siga doliendo el alma, aunque se siga rompiendo el corazón en partículas minúsculas prácticamente ya irrompibles cada vez que le recuerda. Con cada una de ellas le seguirá queriendo, aunque no quiera. Porque era imposible no quererle. Ni casi dos años después ni dos mil vidas. Bonita y tristemente imposible.


viernes, 4 de agosto de 2017

Tu especialidad, mi felicidad

Ni los tuyos ni los míos. Los míos incluso menos. Nadie puede entender, ni si quiera imaginar lo especial que era lo que tú y yo teníamos. Lo especial que nos hacíamos y lo especial que nos quisimos. Aunque se veía a leguas lo jodidamente especial que eras. Lo especial que era yo cada vez que me mirabas de esa forma que sólo yo veía. Esas cosas que me decías, la manera en que me contagiabas tu sonrisa.
Casi 22 meses después siguen atormentándome los porqués que jamás podrás contestar, los miedos, la rabia, el puto dolor.
Tú eras el amor de mis sueños, volviste a ellos sin más y a veces te conviertes en pesadilla. Y sólo me queda desear que nunca se me olvide tu bonita cara, tus preciosos ojos color cocacola y cada uno de tus lunares así como tus huesos clavándose en mi cuerpo cuando nos abrazábamos fuerte. Y te sigo buscando en cada constelación que inventamos, en cada ola del mar y en cada estúpida cosa azul que me rodea. Y sigo oliendo tu ropa y besando tus fotos, tus cosas. Cómo si pudieran llegarte esos besos.
No te imaginas lo duro que es vivir sabiendo que nunca, jamás conoceré a nadie tan mágico como tú, que me vuelva mágica a mí. Nadie que pueda estar a la altura a la que estabas tú, a la altura de lo que creamos. Mierda, que puta rabia.
Una vez más te escribo porque te sigo echando de menos, inutilmente. No sabes cómo siento todo lo que está pasando con tu madre y no poder hacer nada para ayudarles y no soy capaz de entender como la vida puede ser tan sumamente hija de puta con tan buenísimas personas. Injusto. Todo injusto. Y luego la gente creyendo en Dios, si existe te aseguro que es un hijo de la grandísima puta.
Te quiero, mi vida. No imaginas cuánto.

domingo, 23 de julio de 2017

Ni en un siglo

Pasarán cien años y seguiré apretando fuerte los ojos después de una noche soñando contigo, deseando volver a dormirme, que nada de esto hubiese pasado. Pasarán cien años y seguiré extrañando ya no sólo a ti, si no a la parte de mí que se murió contigo. Pasarán cien años y seguiré preguntándome cómo hubiesen sido nuestros días si siguieras aquí, si los dos hubiésemos estado a la altura de nuestras propias circunstancias y aún así nos hubiésemos hecho mutuamente felices. Una parte de mí desea creer que no, pero la otra está segura de que lo hubiésemos hecho sin dar si quiera un paso en falso en el camino. No han pasado cien años pero han pasado muchos meses y hoy vuelvo a tener la necesidad de decirte que te echo de menos. Que no puedo olvidarte. Que espero que estés donde estés te sientas siempre orgulloso y que aunque no te pueda ver te atrevas a montarte en mi coche para que te de la vuelta que tanto me gustaría darte. Que sientas los abrazos y los besos que tanto quisiera darte. No te imaginas lo que es sentir la claustrofobia de tu alma en tu propio cuerpo, que quiere huir, volar, buscarte desesperádamente pero que se tiene que quedar donde está, sintiéndose atrapada y rota, malherida desde aquel maldito día en el que te marchaste sin más.
Algunas personas me han dicho que al menos pude despedirme de ti, pero joder... yo en ningún momento te dije adiós. Esa palabra la teníamos prohibida tú y yo. Aunque supongo que nada de eso importa ya... como todas las cosas que han perdido importancia desde que no estás.
Y sé que ya tampoco importa, pero te azuleo mi vida. Un día más, te azuleo con toda la locura de Neptuno.

sábado, 24 de junio de 2017

Atardecer amargo

Se sentó en la orilla de la playa para contemplar los últimos rayos de sol que, como cada tarde, teñía el cielo de sangre. Sorbió un trago de su cerveza fría mientras observaba sus pies descalzos enterrándose en la arena. Miró a su lado buscándole, aún sabiendo que aquella playa estaba desierta. Se preguntó si allí donde estuviera también se verían atardeceres, si mientras los observara la buscaría a ella. ¿Qué importa? Nunca podrá saber la respuesta. Apretó fuerte los ojos con la cara mirando hacia el cielo y algunas lágrimas se escaparon de ellos al mismo tiempo que las gotas de agua se resbalaban de su lata  de cerveza. Y dos pensamientos inundaron su mente: la inmensa tristeza de no poder compartirla con él, y la absoluta importancia que tenía - y tiene- disfrutar de algo tan insignificante como aquel instante. Dio otro sorbo. Habían pasado ya más de 20 meses pero no había pasado aún un sólo día en el que no le echara de menos, en el que no sintiera que algún día se volverían a ver. Más de 20 meses pero seguía sin saber arreglar su cuerpo destrozado. Su mente perturbada, su alma descosida. Se sorbió los mocos y se secó las lágrimas. Nada podía hacer ya. A veces esforzarse por recordar y otras por no hacerlo. Imposible no acabar volviéndose loca. Bebió otro trago y vació el resto de la cerveza en la arena. "Tragos al suelo por los que se fueron" pensó. Cómo si fuera a servir de algo. Y sonrió. Fueron buenos amantes hasta de la cerveza. Suspiró y se puso de pie, alejándose de allí mientras la luna solitaria y la oscuridad se hacían con el cielo. Y supo que en su corazón ya siempre sería de noche.